Creemos que la familia es aquella que lleva la misma sangre que tú, pero esto no siempre es así. Hay familia que también se elige.

Mucha gente prometió visitarme mientras estuviera en Túnez. Sabía que de todos los que me habían hecho esa promesa, sólo mis padres la cumplirían. Obvio, diréis. Pero también cumplieron esa promesa esos amigos que son ya mis tíos los molones pero de otra sangre. Sé que incluso para alguno fue complicado salir de esa zona de confort. Pero sólo puedo agradeceros el que decidierais venir hasta aquí.
Días atrás preparé bien, muy, muy bien, todos los sitios que visitaría con el grupo de 4 valientes que vinieron a Túnez (aquellos que me conocéis bien, sabéis que llevo extremadamente mal no tener todo controlado). Y digo valientes, porque hay que ser muy valientes para adentrarse en el país como lo hicieron. Viviendo el verdadero Túnez.
Bien, pues ese control comenzó a escapar de mí, incluso antes de que mis padres y Jorge y Ana pusieran siquiera un pie en territorio tunecino. Retraso en el vuelo, hoooooooras y hoooooooras de espera para el control del pasaporte. Quien se atreva a viajar en un futuro a Túnez, mucho ánimo y paciencia en el aeropuerto. Pero tras dos horas de espera, salieron, los tenía allí y más o menos enteros (je je, estaban completamente enteros, lo prometo).
Tras coger un taxi, pusimos rumbo al hotel en el que nos hospedaríamos esos días y mientras me preocupada por donde cenaríamos a las once de la noche, el taxista iba dándome conversación. Mis padres y, ya no os cuento, Jorge y Ana que nunca me habían visto hablar en árabe, alucinaron. Yo sigo pensando que no es tan espectacular hablar en árabe pero bueno, si les hace ilusión decir que soy una crack… pues por qué detenerles. Sólo han tardado 26 años en darse cuenta de ello.
El primer contacto con Túnez fue llevarlos a cenar al local más cutre (y probablemente más sucio) de la Avenida Bourguiba. Probaron una de las «comidas tradicionales» de Túnez. Si es que al shawarma se le puede llamar comida tradicional.
Tras ello, tuve la oportunidad de presentarles a una de las mejores personas que he conocido en Túnez, mi amiga Alexie la cual me abandonaría esa misma noche. Fuimos a uno de nuestros sitios favoritos a tomar una cerveza, o dos y tras ello me despedía de Alexie y me mentalizaba para que los días siguientes todo saliera bien.

Tras dormir, no mucho, pusimos rumbo a Sousse y Monastir. Dos sitios que hay que visitar sí o sí, si viajais a Túnez. Pero la verdadera aventura comenzó cuando les llevé a la estación de louage, también conocida por mi grupo de amigos como la nave de Fast and Furious (Moncef Bey Station, por si alguien tiene curiosidad) y les dije que se tenían que montar en una furgoneta un poco destartaladilla que nos llevaría en dos horas (o menos) a Sousse.
Tras sobrevivir al viaje y a coger un taxi había que llegar al hotel para dejar las maletas. El momento taxi lo recuerdo como muy divertido, me confié en que Jorge hablaba francés y le mandé con mi madre en otro taxi y, mi padre, Ana y yo en otro. Menos mal que le dije al taxista donde tenía que dejarlos, porque si es por el gran dominio de la lengua francesa que tiene Jorge… Aún estaban perdidos por aquellas calles (en defensa de Jorge diré que él lee en francés mucho mejor que yo).
Tras encontrarnos, tocaba perderse por las calles de la medina. Aviso a futuros navegantes, no usen Google Maps dentro de las medinas, solo conseguiréis perderos más. Finalmente, me decanté por preguntar a una mujer, Maryam, a la que no puedo dejar de mencionar, porque nos ayudó y más tarde nos acogió en su cafetería como si nos conociera de toda la vida.

Tras dejar las cosas en el hotel, pusimos rumbo a Monastir, en apenas 20 minutos de tren, uno muy similar al AVE que tenemos aquí en España (nótese la ironía) llegamos a Monastir. Visitamos la Mezquita Bourguiba y el mausoleo de Bourguiba, así como el Ribat.

Y tras este paseito, comimos en un restaurante del puerto. Aquí empezaron a conocer aquello por lo que a mí me llamaban exagerada, la salsa harissa, una salsa que como mínimo, te quema las papilas gustativas y te hace algún que otro agujero en el esófago. Esta salsa se la ponen a todo y, si te descuidas, incluso en el café del desayuno.
Regresamos en el mismo tren destartaladillo a Soussa, donde Maryam, la que nos salvó de dormir en la calle esa noche, nos invitó a su cafetería en la que tomaríamos unos tés y unos zumos y nos fumaríamos una shisha. Tras ello, su hermano, nos acompañó a un restaurante donde cenamos una sopa de pescado que el camarero nos aseguró que no picaba, pero por la reacción de los cuatro que iban conmigo, la sopa llevaba harissa, mucha. Eso sí, entraron en calor.
Lo mejor al despertarnos, además del desayuno tradicional que nos prepararon en el hotelito en el que nos hospedábamos, fue la anécdota maravillosa que Jorge y Ana habían vivido esa noche. A las 5 A.M. el almuecín se les metió en la habitación con un megáfono. O eso pensaron ellos cuando comenzó a sonar la primera llamada a la oración del día.


Ese día tocaba visitar la Gran Mezquita de Soussa, el ribat, el museo arqueológico, hacerse mil fotos en las puertas tan bonitas que decoran todas las ciudades de Túnez y pasear un poquito por el puerto antes de coger el louage de nuevo hacia la capital, donde aún nos quedaban dos días más con Jorge y Ana.

Ah, y no puedo olvidar el couscous al que nos invitó Maryam ese día (he de decir que también llevaba harissa, pero estaba muuuuy rico).
Una vez de nuevo en Túnez, debíamos reponer energías, al día siguiente nos esperaba Sidi Bou Said y un día muy lluvioso.

Esta vez nos tocaba viajar en metro, o eso a lo que ellos llaman metro. Tras otros 20 minutos llegamos a Sidi Bou Said y la primera parada, sin duda alguna fue probar un bambalouni. Estos son unos donuts gigantes hechos con la misma masa de nuestros churros y untadísimos de chocolate (por suerte esto no llevaba harissa). Como podéis ver, apenas disfrutamos comiéndolo.
Por desgracia, comenzó a llover mucho y tuvimos que acordar la excursión un poco y buscar otra alternativa, la cuál fue visitar La Marsa, una zona de playa donde antiguamente se encontraban todas las embajadas. Ese día además, era el día del padre, así que tiramos la casa por la ventana y fuimos a comer a uno de los restaurantes más chic y pijos de esa zona. Restaurante al que volvería en reiteradas ocasiones con mis amigos a tomar cervecitas.
Tuvimos la posibilidad de entrar en la Mezquita de la Zitouna, una de las más importantes del norte de África, y disfrutar -algunos más que otros- de la llamada a la oración que tanto les gustó dos noches atrás a Jorge y a Ana.

El ultimo día con Jorge y Ana por Túnez lo dedicamos a recorrer un poquito la capital ya que apenas habíamos tenido tiempo de visitarla con anterioridad. Paseamos por la medina y para despedir, tomamos un rico té con piñones antes de dirigirnos al aeropuerto donde nos despediríamos de Jorge y Ana, para nosotros seguir con nuestro recorrido hacia el sur del país.
Por el momento sólo debo decirles a Jorge y a Ana: ¡La siguiente en El Cairo!
