Dicen que al que madruga Dios le ayuda. Bueno, pues no sé yo si será verdad.
Tras levantarnos a las 8:00 para coger un tren que nos llevara a Monastir, estábamos hambrientos, o al menos yo lo estaba, pero no sabía que no iba a desayunar hasta que llegáramos al destino.
Como veis, no es verdad lo que si madrugas Dios te ayuda. Para empezar yo me moría de hambre y no aparecían ni panes ni peces de manera mágica.
Tras unos 45 minutos de viaje en un tren más destartalado que un tractor de los años 50, llegamos a Monastir. Todos estábamos hambrientos (lo repito mucho, pero realmente tenía muchísima hambre) y en el tren no hacíamos más que mirarnos con cara de pena. La misma que pones cuando alguien te ha quitado la última croqueta.
Tras bajar del tren a empujones porque la gente no te daba paso, el siguiente y más importante: encontrar un sitio donde desayunar.
Sin duda alguna, el sitio donde desayunamos era un buen lugar, el desayuno abundante y rico. De nuevo, este era para compartir, porque la cantidad era ingente.

Eso sí, la tranquilidad con la que se tomaron el servirnos fue también para recordar, empezamos a desayunar a las 10:25 y hasta las 13:00 no estábamos en marcha.

¿Primera parada? La mezquita principal de Monastir, allí conocida como Bourguiba Mosque. Por fin podíamos entrar a una, pero como era de esperar, los chicos tuvieron que acceder por una entrada diferente a nosotras.
Pañuelo a la cabeza y a disfrutar de la pequeña parte que nosotras podíamos visitar. El patio sin duda alguna, se asemeja mucho a los patios de las otras mezquitas que he visitado. Por otro lado, la sala de rezo era muy austera, al menos la zona de las mujeres, ya que no pudimos ver el resto.

Habib Bourguiba fue el primer presidente de Túnez tras acabar con la dinastía que reinaba en el país. Es sin duda, el presidente más querido por todos los tunecinos, y era de esta ciudad, de Monastir.


El sitio mas bonito que haya visto jamás, era la siguiente parada. El mausoleo en el que está enterrado el presidente Habib Bourguiba. Un palacio enorme de mármol blanco e inscripciones en oro. Sin duda alguna, el día que muera, quiero que me entierren en un sitio así.

Lo más divertido fue que en la suya presidencial, estaba uno de los auténticos amos del país: un gato como Garfield, durmiendo placidamente mientras el resto le hacíamos fotos.
Un ribat más para visitar, pero no tan impresionante como el del día anterior. Lo mejor de este Ribat eran las vistas a la playa, con arenas blanquitas (de esas que te dan ganas de hacer la croqueta) y con el agua azul turquesa. Además el día acompañaba para bañarse, pero éramos minoría los que queríamos ir, contra los que no. Eso y, que ninguno teníamos bañador.
El regreso fue de nuevo en louague, yo estaba tan cansada que me dormí. Sorpresa mía al despertarme y ver que la velocidad de coche era bastante más rápida de lo que yo esperaba. Por suerte, todos llegamos de una pieza a Túnez.
