Retroceder en el tiempo dicen que es bonito. Salvo si te toca vivirlo en primera persona. Aunque también tiene su encanto.
Ahora que ya llevo aquí alrededor de tres semanas y me voy integrando en el país y en la sociedad, me vienen a la mente muchas cosas de las que me contaba mi padre sobre la España en la que él creció. Todas estas historias las estoy viviendo de cerca porque, creo y siento, que he retrocedido unos cuantos años en el tiempo al instalarme aquí. Tengo la sensación, por los recuerdos de mi padre, de estar inmersa en los años del babyboom español. Pero en Túnez.
La tarde que pisé suelo tunecino, lo primero que viví fue el caos de la conducción. Ir por la M-30 de Madrid es para principiantes en comparación con esto. Las leyes de circulación brillan por su ausencia, así como las líneas que delimitan los carriles de las carreteras. Cuando hablan de la ley del más fuerte, sin duda, hablan de la conducción en Túnez.
Al entrar en la Avenida Habib Bourguiba, no pude más que asombrarme y asustarme un poco. Tanques del ejercito con sus respectivos soldados en medio de la avenida. Mi reacción ante esta visión, tan extraña para mí, fue: «¿¡A qué lugar te has venido a vivir, si hay tanques en la calle!?» Y no pude evitar revivir esas imágenes que salen en la televisión cada año, el 23 de febrero, rememorando ese golpe de estado fallido de Tejero. Y no solo eso, recordé como mi padre me contaba que ese día, en el colegio, les habían mandado a casa por si las moscas. Espero no tener que regresar a España, al menos hasta que haya acabado esta aventura. Sin embargo, tras investigar en internet y preguntar en el hotel, me relajé. Tras los atentados que se produjeron en 2015 en el país, el ejercito y la policía está por las calles, por lo que la seguridad aquí, está más que garantizada.
Pero el retroceso no acaba aquí.
¿Recordáis esos puestos de fruta por la calle? o, ¿esas carnicerías donde, los pollos y los conejos o cualquier pedazo de carne, estaba fuera de cámaras frigoríficas? Pues yo no, porque no lo viví. Pero ahora lo estoy viviendo. Sorpresa la mía cada vez que camino por la Avenida de la Libertad y veo puestos de fruta en los que la gente compra su tente en pie de media mañana, lavado en un cubo de agua que bien podría tener 3 o 4 usos (siendo generosa). O veo esas carnicerías con pedazos de carne colgando de un gancho del techo, como si de jamones se tratara.
Algo que me ha sorprendido, por desgracia para mal y que echo de menos de España, es esa ley que llegó en 2006 y que prohibía fumar en espacios cerrados. Aquí todo el mundo fuma en todos los lugares posibles: en bares, en restaurantes, en el aeropuerto, en los coches, en clase… Y claro, vuelves a casa oliendo a tabaco como si hubieras sido tú, el que se hubiera fumado una cajetilla entera de tabaco.
Aunque también puedo hablar de la inexistencia de cubos de basura. Montones y montones de bolsas de basura, y a veces sin bolsa, se acumulan en las calles dándole ese olor tan característico al lugar. Un olor ácido fermentado, que se acentúa por el calor y se te mete en la nariz y que ni mucho menos se aproxima al olor de los limones en verano. Quien me conoce bien, sabe que es lo que peor estoy llevando de vivir aquí, los olores tan… intensos. Y claro, ni que decir hace falta, que si alguno de los mil gatitos callejeros que hay por aquí, rasga una de esas bolsas, esto se traduce en: basura por la carretera, por las aceras y por cualquier lugar en el que te alcance la vista.
Y lo que más me ha sorprendido y me ha hecho darme cuenta que los europeos somos personas muy privilegiadas, es la ausencia de lavadoras. Siempre he oído que en casa de mis abuelas, se lavaba la ropa en una pila, donde había un grifo para cada temperatura y, si querías agua templada abrías los dos hasta encontrar la temperatura deseada. Pues aquí el «frotar se va a acabar», no ha hecho más que empezar. Algo tan simple como puede parecernos en España, una lavadora, aquí mucha gente no puede permitirse el lujo de estar en posesión de una. Y sí, digo lujo ya que es uno de los electrodomésticos más caros, con precios que rondan los 1000 dinares (unos 310 euros). Aparentemente para un europeo, no es un precio elevado, pero aquí el sueldo medio ronda los 800 o 900 dinares (alrededor de 250-350 euros).
A pesar de que en esta aventura voy a vivir sin muchas comodidades que en España sí tendría, creo que merecerá la pena. Ya lo está mereciendo.